En los días siguientes, continué con mi estudio, y ya fuera por casualidad o porque realmente era así, las mandarinas continuaban teniendo 9 gajos. Para ampliar mis pruebas, le pedí a mi madre que contara el número de gajos de las mandarinas que ella se tomara. De nuevo tuve esa sensación de que te miren como si hubieras chupado ranas tóxicas, pero aún así accedió. Si es que lo que no haga una madre...
Poco a poco mi estudio tomó forma. La norma de los 9 gajos no se cumplía siempre, pero el que fuera un número impar si. Hasta me decidí a buscar algo en Internet, y apareció esta pagina: Mandarinas. Aquí decía que tenían entre 10 y 12 en el 68% de lo casos. Eso tiraba por tierra mi teoría del número impar, aunque mi experiencia era de un 100% con ese número de gajos. Decidí que sería un científico rival intentando quitarme mi Nobel.
Cuando por fin mostré al mundo, es decir a los amigos que no me miran raro con mis freakadas, la realidad me dio un bofetón sorpresivo. Justo después de contárselo a una amiga que iba a desayunar mandarinas (Maribel siempre te odiaré por esto), abrió la mandarina y ¡salieron 12 gajos! Maldito destino cruel. Que desilusión, todos mis sueños, todo lo que iba a hacer con la pasta del Nobel, a la mierda.
En fin, voy a ver si cuento el número de frutos de las granadas...